A veces, mientras van sucediendo los días y vamos recorriéndolos; cuando, no se sabe por qué, andamos con los sentidos más agudos que de costumbre y sentimos que el equilibrio nos recorre de los pies a la cabeza ¡plof! todo gira y gira (como en la canción) y nos topamos con alguien que tambalea todo, alguien desvalido (o que nos parece desvalido) y, por lo menos a mi me pasa, comienza a estallarme dentro una ternura digna de cualquier buen samaritano de la Biblia (por ejemplo).Bueno, pues he aquí mi ternura hecha versos, si la retengo reviento y hoy no tengo ganas de salpicar; así que ...ahí os la dejo para que hagáis con ella lo que mejor os convenga.
El tacto de la piel es más suave: una madre ha de ser suave por fuera…
El corazón ya no es tan débil: he de ser vigorosa por dentro, casi de acero a veces, sin dejar de recordar las sonrisas, ¡eso si!
Me acaricio este vientre vacío y me gusta: las madres habremos de querernos más que a nada, seremos cuna y abrigo de un ser astuto y con ganas de sobrevivir…; hemos de ser asertivas y reconocernos mujeres, ser tan sagaces como el dolor que sentiremos, locuaces como el instinto, amadoras como el mismo amor que ha creado esta panda de patadas que se regocijan dentro.
Por eso la mirada es más densa: una madre habrá de ser contundente y pasional…
Vuelvo a acariciar tu rostro y te veo en mi vientre, dentro; transmutado, hecho brazos y piernas… unos ojos cerrados que acarician mi interior, te veo en mi transformado: durmiente y calmado, esperando verme la cara de nuevo, sabiendo con claridad quién soy.