Mis ojos enfocaban y desenfocaban, como la “Réflex” que siempre quise tener y nadie me regaló. Intentaba centrar mi vista en el conjunto de su rostro, pero… su silueta se difuminaba y sólo podía adivinar con definición lo que había detrás: una ventana enorme, varias sillas debajo y una tarima sosteniéndolas.
Escucharlo hablar me conmueve, con poca gente me pasa; hace que me calme, que quiera que las noches no se acaben, que sean eternas o, al menos, que terminen cuando los ojos se cierren y el ron no exista.
- Anoche me quedé con ganas de más. –
Supongo que nadie es capaz de sonreírme tantas veces por minuto. Es incontenible, yo tampoco puedo evitarlo…
- ¿de dónde vendrán estás risas cómplices? - … me gustan…
Me dice que no hay más, que es lo que tengo, que la paz es mía y que la comparta.
- ¿Por qué ve tanto, donde hay poco o casi nada? - … él me gusta …
Y, ahora, que estoy agotada de mí; le encuentro, esperándome. Sé que pasó por algo, sucedió… y yo casi no me doy cuenta. Es lo que pasa cuando tienes una mirada que enfoca y desenfoca como si en vez de retina, poseyese un diafragma y una lente óptica… Artificial cuando soy artificial, como todos los seres humanos - ¡qué asco! –
Pero él es distinto. Le escucho al desenfocar. Tengo que desenfocar para escucharlo. Me bebo sus palabras a la par que el ron y cuando quiero darme cuenta, ya no tengo nada en el vaso y él… tiene que irse.
(PA TI, SI PA TI... ¡Que eres un dulcecico! jajajaja)