Sabes… estoy muy cansada. Te diría que estoy harta, harta ¡hartísima!. Hasta el moño o hasta el coño (que suena más y espanta a más gente). Me resulta soporífera esta situación, estos huecos, estas ganas de reformas y esta energía que se me va por cada mueca inexpresiva que me compro en rebajas.
Sabes… te diría que me aburro, te lo repetiría al oído hasta la saciedad; tal vez millones de veces, al mismo compás y con distintas entonaciones:
- Me aburro –
- Me aburro –
- Me aburro –
Nunca cesaría, haría de ello una rutina diaria, un trabajo, una meta o una apuesta (doble o nada). Me sentaría a tu lado en el borde de la cama, me giraría y con las dos manos agarraría tu enorme cabeza. Tú notarías mis palmas heladas y ni te inmutarías, están tan frías como tú. Acercaría mi boca a tu lóbulo y, mientras lo rozan mis labios partidos, escucharías sin más remedio: Me aburro, me aburro, me aburro.
Pero… no voy a hacerlo. He decidido vender la casa, la casa y todo lo que quede dentro; en realidad, lo decidí hace tiempo pero no fui capaz de decírtelo, seguías dándome pena. Hoy ya no siento casi nada de todo eso porque estoy tan hasta el coño de esta ruina de hogar; que hasta perdí la noción del tiempo, de la objetividad y estuve a punto, de creer que era el mío. ¡A veces soy tan imbécil! pero otras, las más, no.
Por eso no voy a decirte más veces nada. Sólo notaremos el olor a polvo que mantienen las casas abandonadas y, aunque ya no vivamos ninguna de las dos en ella, ese…y sólo ese , será el recuerdo.