Me topo por las mañanas
con gente somnolienta como yo,
que abren las puertas del garaje
con un mando a distancia
y,
con distancia también,
desean buenos días.
Personas con ojos y con tacto,
probablemente con aliento a pasta de dientes
y las extravagancias a flor de piel;
con todas las expectativas puestas en el sol,
… como yo …
Todos nosotros nos despegamos de la cuna
y arrancamos el motor,
con el mismo ademán arraigado
- rum, rum, rum –
para dejar sonar Radio 3 ,
activar el limpiaparabrisas si fuese necesario
y poder ver debajo de la lluvia.
Durante el transcurso del día
tiendo a repetir-ME cualquier sofisma elocuente
que alimente mi mañana,
suelo concluir llamándote al trabajo
y,
aunque no me coges el teléfono;
decido que,
como vaticiné,
eres mi mejor expectativa: te quiero.
A mi regreso,
después de desaprender y
poner en tela de juicio todas y cada una de mis argucias;
comprendo que los niños y las niñas son así:
… mágicos y mágicas…
y contengo dentro una expectativa más.
Vuelvo a des-abrir el garaje
y a des-desear buenas tardes,
a continuar con el método Socrático como almuerzo
y a desdeñar las preguntas que tienen respuesta.
Un aplauso detrás de la puerta
confiere el valor justo que necesitaba este día sin sol.
Es verdad,
eres mi mejor expectativa: te quiero.