
Te veo sentada en un banco,
no creo que estés triste,
tampoco feliz
(supongo que no sé qué es para ti la felicidad).
Estás desaliñada,
como a mí me gusta ir,
con el pelo descuidado y,
tal vez,
los pies sucios;
no es mala señal no te preocupes,
a mí no me incomodas.
Tienes entre tus dedos un lápiz amarillo
y todas las intenciones juntas
¡qué mejor combinación para un poema!
Sabes que escribirás tarde o temprano,
que te estoy mirando y
lo harás de forma bella,
como pretende la poesía transfigurar a la realidad.
Pero mirarte no es cosa fácil,
sabes mantener alerta los sentidos y
descubrirme,
siempre me desnudas y eso me gusta,
aunque me muera del miedo.
Y ambas sabemos que todo esto nos hace falta,
como si acabáramos de nacer y nos azotasen el culo:
lloraríamos y sería la salvación,
el primer contacto con lo efímero que nos espera,
con el mundo y lo absurdo…
Me haces falta con tus lápices y en tu banco,
soñando en mí,
porque,
al fin y al cabo,
no quiero ser proyecto de nadie ni de nada
¡eso no me interesa!;
me gustas tú porque gritas,
porque me quitas la ropa con tus pies sucios
y sabes hacer poesía todo,
absolutamente todo lo que yo soy:
tal vez una parte de ti importante
o,
tal vez yo misma sentada en un parque…
nadie sabe qué es esto que nos pasa.
Guárdame el secreto…
¡calla!
las mujeres somos abismos llenos de miradas,
solo nosotras sabemos admirarlos,
pero a veces…
los secretos son nuestros mejores compañeros…
¡no los desperdiciemos!
Haremos el amor,
no tengas duda,
de echo supongo...
que ya lo estamos haciendo.