Siempre me pasa, cuando sé que alguna rutina se acaba, intento mirar lo que he visto todos los días, pero desde otra perspectiva. Las paredes del aula, las ventanas, las vistas que se divisan desde esas ventanas…, las escaleras de acceso al edificio e, incluso, me paro a leer todos los pequeños carteles que han convivido durante todo un año conmigo y que me limité a mirarlos a diario, pero sin ver (siempre me pasa con las rutinas).
Me paso todo un año renegando, protestando, gruñendo por los pasillos y, también he de admitirlo; riendo, aprendiendo y conociendo gentes como poco variopintas y como mucho, perfectas para comenzar a fabricar algo que más tarde podrá ser una amistad.
Hoy, como dije antes de ayer, empieza todo; para otros acabará.
Preferí no despedirme porque en las despedidas me vuelvo horrible: el rostro se me derrite y el pelo se enmaraña ¡vamos una “cosica”! Así que prefiero mantenerme al margen y no asistir a cenas que preceden un final ni a obras de teatro que auguran otro tanto de lo mismo. Me gustó más ver a Cheli y Marta sentadas en la puerta del instituto con sus risas jóvenes mirándome, a Juan comentando el díptico retocado mil y una veces, a Almudena-Lorena con su angelical rostro soltando por esa boca linda todos los improperios habidos y por haber (jajajaja…¡las palabrotas son “biensonantes” si salen de su boquita de niña linda). Preferí caminar con mi mejor amiga de 22, la niña sensible de 20 y la mujer con la que nunca podré trabajar pero sin tomar café y charlar serenas de los hombres y sus mundos. Preferí deja a Esther luchando (como siempre), a Mada triste pero tierna, a Lu soñando, a Patri aromando, a Alberto transmitiendo felicidad a raudales, a las Silvias espontáneas sonriendo,… e irme a ver a Olga y a Laura (que aún no tiene cara).
Caminar, dejando atrás este año difícil de llevar pero útil al fin y al cabo. Un año lleno de vueltas y regresos a otros tiempos o a otras edades hechas en el lado del pupitre verde que me hizo casi todo lo que hoy soy, pero con más peso en las cervicales. Mereció la pena, sí, saber qué es sentarse en la primera fila y sentir las ganas de enseñar o las ganas de no enseñar, las de hacer reír, las de hacer soñar, las de salir corriendo y gritar o las ganas de afecto incondicional.
Siempre mereció la pena seguir luchando por cambiar lo que no me gusta desde otro lado y dentro del sistema, es la única manera que me queda, tal vez no sea la única… ya veremos… Fue fantástico encontrar de nuevo la magia dibujándose sola en la pizarra verde y en los ojos iluminados del profesor que yo quiero ser… eso fue lo que más mereció la pena.
Y hoy empieza todo, para bien y nunca para mal, empiezan los recuerdos y las esperanzas, tal vez alguna nostalgia dispersa e iluminada; pero, sobretodo, la lucha por hacer lo que, a veces, no me dejaron hacer.
Gracias Gata por enseñarme tanto y tanto durante todo este año; tal vez cuando sea mayor sea como tú, tal vez no, pero por lo menos me ha enriquecido que te compartas conmigo comiendo pepitos en el banco del Mercadona o regalándome conversaciones que jamás habría tenido con otra de 22.
LAS ALAMEDAS PASAN, PERO DEJAN SU REFLEJO…
Me paso todo un año renegando, protestando, gruñendo por los pasillos y, también he de admitirlo; riendo, aprendiendo y conociendo gentes como poco variopintas y como mucho, perfectas para comenzar a fabricar algo que más tarde podrá ser una amistad.
Hoy, como dije antes de ayer, empieza todo; para otros acabará.
Preferí no despedirme porque en las despedidas me vuelvo horrible: el rostro se me derrite y el pelo se enmaraña ¡vamos una “cosica”! Así que prefiero mantenerme al margen y no asistir a cenas que preceden un final ni a obras de teatro que auguran otro tanto de lo mismo. Me gustó más ver a Cheli y Marta sentadas en la puerta del instituto con sus risas jóvenes mirándome, a Juan comentando el díptico retocado mil y una veces, a Almudena-Lorena con su angelical rostro soltando por esa boca linda todos los improperios habidos y por haber (jajajaja…¡las palabrotas son “biensonantes” si salen de su boquita de niña linda). Preferí caminar con mi mejor amiga de 22, la niña sensible de 20 y la mujer con la que nunca podré trabajar pero sin tomar café y charlar serenas de los hombres y sus mundos. Preferí deja a Esther luchando (como siempre), a Mada triste pero tierna, a Lu soñando, a Patri aromando, a Alberto transmitiendo felicidad a raudales, a las Silvias espontáneas sonriendo,… e irme a ver a Olga y a Laura (que aún no tiene cara).
Caminar, dejando atrás este año difícil de llevar pero útil al fin y al cabo. Un año lleno de vueltas y regresos a otros tiempos o a otras edades hechas en el lado del pupitre verde que me hizo casi todo lo que hoy soy, pero con más peso en las cervicales. Mereció la pena, sí, saber qué es sentarse en la primera fila y sentir las ganas de enseñar o las ganas de no enseñar, las de hacer reír, las de hacer soñar, las de salir corriendo y gritar o las ganas de afecto incondicional.
Siempre mereció la pena seguir luchando por cambiar lo que no me gusta desde otro lado y dentro del sistema, es la única manera que me queda, tal vez no sea la única… ya veremos… Fue fantástico encontrar de nuevo la magia dibujándose sola en la pizarra verde y en los ojos iluminados del profesor que yo quiero ser… eso fue lo que más mereció la pena.
Y hoy empieza todo, para bien y nunca para mal, empiezan los recuerdos y las esperanzas, tal vez alguna nostalgia dispersa e iluminada; pero, sobretodo, la lucha por hacer lo que, a veces, no me dejaron hacer.
Gracias Gata por enseñarme tanto y tanto durante todo este año; tal vez cuando sea mayor sea como tú, tal vez no, pero por lo menos me ha enriquecido que te compartas conmigo comiendo pepitos en el banco del Mercadona o regalándome conversaciones que jamás habría tenido con otra de 22.
LAS ALAMEDAS PASAN, PERO DEJAN SU REFLEJO…