Pones orden,
cuando te sitúas de espaldas a mi horizonte
comienzan a ubicarse los entornos que son colindantes a mis azules:
la luz aparece de color naranja y
las ventanas se recolocan para parecer más bellas,
la armonía forma parte de ti y de tus bellas manos y
el tiempo no trascurre rápido,
a veces, la cuarta dimensión toma forma si tú quieres.
Yo prefiero esta distancia que hace que te reconozca de colores,
porque ambos estamos hechos de ellos y tú,
tú los amas más que yo tal vez;
y si me dejas tu espalda,
puede que aprenda yo también a loarlos así
y encuentre el atisbo de arte que quiere salir de mis vísceras:
intentarlo es mi próximo reto para poder respirar y
necesito un maestro.
No quiero que me regales nada de lo que sabes,
sé que me gustaría tanto que me engancharía de lo que haces
e intuyo,
que ya no puedo dar más energía:
me estoy desvaneciendo…
hay momentos en los que no sé dónde mirar
ni si pertenezco a algún lugar concreto,
hay días que amo tanto al sol que me quemo y,
otros,
que la luna me congela los labios cuando la beso.
Y no te conozco,
te he visto caminar por el parque
como cualquier cuarentón que deambula sólo y casi inerte;
y ni me fijé en quién podrías ser;
pero cuando entras en el palacete y te sitúas de espaldas a mi horizonte,
todo empieza a mutar:
de blanco y negro a colores,
de caos a armonía,
de lo general a lo particular,
paralelo a mi …
y aparecéis tú y mi orden interior,
y siento lo que es la paz
y veo imágenes que no sabía que se pueden ver,
porque haces que lo efímero exista más de siete segundos
y me dan ganas de abrazarte y de decirte que te entiendo.
Entonces, el reloj marca las doce de las cenicientas,
te quitas la bata y todo se desmorona:
tú vuelves a ser un cuarentón sólo que divaga,
ya lejos de mi
y yo,
una más de este mundo de iguales.
Dedicado a los profesores que al serlo saben compartir su arte, aunque lo nieguen...¡qué viva la gente que enseña a amar los colores!