Todo comenzó el curso del 96 en Granada. Yo, pueblerina y neófita en eventos de alta magnitud, me acercaba dubitativa a las columnas que coronaban los portones rojos de la Facultad de Letras: Filología Hispánica mi vocación y más ganas que nunca de aprender una vida nueva, una vida llena de vaivenes, como descubriría poco tiempo después.
La vida comenzada daba para muchos relatos y demasiados amagos de creación literaria: conocer gente, probar las drogas, experimentar, experimentar…
A medida que transcurría el curso el recinto universitario fue perdiendo la magnitud dimensional que el primer día me obnubiló. Todo se hacía más pequeño a la vez que iba siendo más conocido. Todo iba perdiendo el interés del principio. Todas la personas que formábamos piña íbamos decayendo y cayendo en placeres peligrosos, insanos, placeres adictivos que nos privaban de la libertad de ser nosotros mismos, hasta que apareció Él.
Como siempre que teníamos examen y necesitaba respirar aire que no oliera a marihuana y a café, recogía la carpeta y salía a la trasera del bar de la facultad. Siempre éramos los mismos: el chico de pelo largo que estudiaba filosofía y leía (es más, engullía libros y más libros), la chavala de magisterio que tocaba (o intentaba tocar) el xilófono, Raúl que si tocaba la guitarra (casi siempre con Silvio por entre las cuerdas enredado o Pedro Guerra si me veía aparecer…) y yo, con mis folios, mis gafas y mis emociones dibujadas, listas para tomar forma a través del “Bic” que siempre me acompañaba (por su precio y su eficacia). Hasta que aquella tarde la reunión de anónimos que solíamos tener fue interrumpida gratamente con la presencia del quinto elemento. El número cinco que daba el toque impar a esta paridad aburrida constituida en silencio con la sede de la rareza de no hacer lo que todos hacían....(continuará...)
1 comentario:
bueno, pués seguiremos enganchados, ¡si algunos ven "Bety la fea", por que no vamos a seguir este relato!, jjajajajajaj
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